El calentamiento de los océanos es uno de los efectos más dañinos del cambio climático, ya que podría resultar en la pérdida de uno de los bienes terrestres más valiosos, sus ecosistemas. Y es que, además de su incalculable valor científico, hay que sumar que el océano es una de las fuentes de alimentos más importantes.
Es por culpa de la contaminación humana que la temperatura de la supeficie del océano y su nivel de acidificación ha alcanzado máximos históricos. El 80% de los gases de efecto invernadero liberados a la atmósfera, procedentes principalmente de la quema de comustibles fósiles, es absorbido por los océanos, elevando su temperatura y acidificando sus aguas.
Las consecuencias del calentamiento de los oceános son ya visibles: los glaciares se derriten, el nivel del mar sube peligrosamente, las tormentas son más intensas y las poblaciones de vida marina son cada vez menos numerosas. Eso último, eventualmente, puede dañar toda la cadena alimentaria.
En cuanto a los glaciares, si continúan retrocediendo al ritmo actual, dentro de algunas décadas muchas zonas costeras del mundo desaparecerán bajo el agua, destruyendo hábitats de vida silvestre y poblaciones cercanas al mar. Los osos polares, que necesitan el hielo para cazar y reproducirse, se verán también muy perjudicados.
La intensificación de las tormentas por el calentamiento de los océanos ha quedado demostrada con el hecho de que desde la década de los 70, los huracanes se forman en mayor número y presentan una intensidad superior, pero ¿qué se puede hacer para frenar dicho calentamiento? El cambio climático no se puede detener, pero sí retrasar el proceso, reduciendo la emisión de gases de efecto invernadero y la deforestación.