El tacto es uno de los cinco sentidos junto a la vista, el olfato, el oído y el gusto. Su funcionamiento se basa en un sistema de receptores sensoriales especiales que envían señales a través de los nervios hasta la médula espinal y el cerebro, donde se procesa la información.
Dichos receptores se encuentran repartidos por toda la superficie del cuerpo, y nos permiten sentir dolor, como el de un hierro abrasador, pero también placer, como el de las cosquillas de una pluma que roza la piel. Es un sentido fundamental para alejarnos de lo que representa un riesgo para nuestra salud, así como para alcanzar el bienestar.
Los receptores táctiles son un tipo de terminación nerviosa en la que intervienen los corpúsculos de Meissner. Estos detectan toques ligeros y se encuentran en las partes sin vello del cuerpo, como los labios, las palmas de las manos y los dedos. Existen otros tipos de receptores que son sensibles a la presión, el estiramiento de la piel, la vibración y el movimiento del cabello.
Las arrugas de las yemas de los dedos y las palmas de las manos forman patrones únicos en cada persona, por lo que es un método de identificación infalible, pero la naturaleza no nos las proporcionó con ese propósito, sino para ayudar a mejorar la sensibilidad táctil, ya que las arrugas implican más piel y esto conlleva la posibilidad de incluir más receptores en estas zonas clave del cuerpo.